Sólo un necio está interesado en la culpa de los demás, puesto que no puede cambiarla. El sabio aprende sólo de su propia culpa. Se preguntará a sí mismo: ¿quién soy puesto que todo esto me está ocurriendo? Para encontrar la respuesta a esta pregunta destinal, mirará en su propio corazón.
El paciente no tiene que aprender cómo liberarse de su neurosis, sino
como soportarla. Su enfermedad no es una carga gratuita y, por
consiguiente, sin significado; es su propio sí-mismo, el "otro" que por
pereza o temor infantil, o por otros motivos, siempre ha intentado
excluir de su vida. De este modo, como acertadamente dice Freud,
transformamos al ego en un "asentamiento de ansiedad", lo que nunca
hubiera sido si no nos defendiéramos contra ello tan neuróticamente
El secreto es que sólo lo que puede destruirse a sí mismo está verdaderamente vivo.
Hay
tan poco mérito en ser bueno como poco vicio o pecado en ser malo: en
esto nosotros no hacemos sino representar los papeles que nos han dado.
Quizás consiga que se comprenda mejor mi pensamiento diciéndoles que uno
no se encuentra completamente a gusto hasta que no se encuentra a sí
mismo, hasta que no tropieza consigo mismo; si no se ha encontrado con
dificultades interiores, uno se queda en la propia superficie; cuando un
ser entra en colisión consigo mismo, siente inmediatamente una
sensación saludable que le procura bienestar.
El sentimiento de una inferioridad moral no proviene de un desacuerdo
con la ley moral común la cual en cierto sentido es arbitraria, sino del
conflicto del individuo consigo mismo, con su Sí Mismo, que reclama
imperiosamente, por motivos de equilibrio psíquico, que se colmen los
déficits y las lagunas oscuramente percibidas, inconscientemente
conscientes. Cada vez que surge un sentimiento de inferioridad, no sólo
indica la exigencia en el sujeto de asimilar un factor hasta ahora
inconsciente, sino que también indica la posibilidad de esta
asimilación. En último análisis son las cualidades morales de un ser los
que la conducen y la obligan -ya directamente por el conocimiento y la
aceptación de la necesidad, ya indirectamente a través de una dolorosa
neurosis- a asimilar su Sí Mismo inconsciente y a mantenerlo consciente.
Quien quiera que progrese en el camino de la realización de su Sí
Mismo, inconsciente, volverá necesariamente conscientes los contenidos
del inconsciente personal, lo que ampliará considerablemente la
extensión, los horizontes y la riqueza de la personalidad. Señalemos
enseguida que esta "ampliación” concierne en primer puesto a la
conciencia moral y el conocimiento de sí mismo; pues los contenidos del
inconsciente que libera el análisis y que pasan a la conciencia son, por
regla general, principalmente contenidos desagradables que, como tales,
han sido rechazados: recuerdos, deseos, tendencias, proyectos, etc. Son
contenidos que, por ejemplo, evocaría de manera análoga una confesión
general, sincera, si bien en una medida menor.
La naturaleza humana no consiste sólo y enteramente en luz, sino también
en abundante sombra, de modo que el conocimiento que se alcanza en la
práctica del análisis resulta a menudo algo penoso, tanto más cuanto más
se estaba antes persuadido de los contrario (según ocurre por regla
general) .
Así como unos se tornan demasiado exuberantes a causa de su optimismo,
así los otros, por su pesimismo, se vuelven demasiado temerosos y
pusilánimes. En esta formas se plasma de algún modo el gran conflicto,
cuando se lo reduce a una escala menor. Pero también en estas
proporciones reducidas se reconoce sin dificultad el hecho esencial; la
arrogancia de los unos y la pusilanimidad de los otros tiene algo en
común: la inseguridad acerca de sus límites.
En su estado de identificación con la psique colectiva el sujeto, en
efecto, intentará sin falta imponer a los demás las exigencias de su
inconsciente. Pues la identificación con la psique colectiva confiere un
sentimiento de valor general y casi universal (lo que antes hemos
llamado "semejanza divina”) que lleva a no ver la psique personal
deferente de los prójimos, a hacer abstracción y a pasar de largo. El
sentimiento de detentar un valor, una verdad universal, emana
espontáneamente de la universalidad de la psique colectiva; una actitud,
una óptica colectivas, presuponen naturalmente en lo otro y en los
demás la misma psique colectiva. Esto implica por parte del sujeto un
rechazo categórico, una verdadera imposibilidad de apercibir las
diferencias individuales y también las diferencias de orden general que
puedan existen en el seno mismo de la psique colectiva... La
imposibilidad o el rechazo a ver lo individual, de lo que no percibe más
la existencia, equivale simplemente a extinguir al individuo, lo que
destruye los elementos de diferenciación en el seno de un grupo. Pues el
individuo es, por excelencia, el factor de diferenciación. Las virtudes
más grandes, las creaciones más sublimes, así como los peores defectos y
las peores atrocidades son individuales.
Sólo
la presencia viva de las imágenes eternas es capaz de conferir al alma
la dignidad que le hace verosímil y moralmente posible al hombre
perseverar en su alma y estar convencido de que vale la pena permanecer
junto a ella. Sólo entonces se le hará evidente que el conflicto le
pertenece, que la escisión es su doloroso patrimonio, del que no se
libra atacando a otros, y que si el destino le hace cargar con una
culpa, es una culpa respecto a sí mismo.
Para
curar el conflicto proyectado, hay que devolverlo al alma del
individuo, donde comenzó de manera inconsciente. Quien quiera dominar
este ocaso debe celebrar una eucaristía consigo mismo y comer su propia
carne y beber su propia sangre, es decir, tiene que conocer y aceptar en
sí al otro.
Mientras más se toma conciencia de sí mismo, gracias al
conocimiento que se adquiere poco a poco, y gracias a las
rectificaciones del comportamiento que se derivan, más disminuye y
desaparece la zona del inconsciente personal depositada sobre el
inconsciente colectivo. Y siguiendo paso a paso esta evolución, se crea
poco a poco una conciencia que no ya no está más aprisionada en el mundo
mezquino, estrechamente personal y susceptible del yo, sino que
participa cada vez más en el vasto mundo de las cosas. Esta conciencia
ampliada se distanciará poco a poco de este escondrijo egoísta y umbrío
de deseos personales, aprehensiones, esperanzas y ambiciones, tendencias
todas que debieran encontrar en el ser las compensaciones e incluso
rectificaciones, gracia a las tendencias personales, opuestas e
inconscientes. Esta conciencia renovada llegará a ser un elemento
relacional, una función que arroja una pasarela hacia el objeto y el
mundo de las cosas, que implicará e integrará al individuo en una
comunidad indisoluble con el mundo, comunidad en la que el ser se siente
comprometido y responsable. Las complicaciones humanas que se producen
entonces, desde que el individuo a llegado a este estadio de evolución,
no son ya vulgares conflictos de deseos egoístamente personales, sino
que refieren a dificultades referentes a cualquier. En este plano, se
trata en definitiva de problemas colectivos que movilizan al
inconsciente colectivo, pues la compensación que necesitan ya no es de
orden personal, sino colectivo. Podemos constatar entonces que el
inconsciente del individuo produce contenidos que no sólo valiosos sólo
para el mismo sujeto, sino también para muchos seres y, bien puede ser,
para casi todos.
Estas identificaciones con el rol social constituyen por lo
demás una fuente abundante de neurosis: no es sin desgaste y sin ser
cruelmente castigado que el hombre puede alienarse de sí mismo en
beneficio de una personalidad artificial. Ya la menor solicitación
respecto al hombre interior en este sentido y el menor abandono del
hombre exterior a tal curso determinan, en todos los casos banales,
reacciones inconscientes, humores, afectos, miedos, representaciones
obsesivas, debilidades o vicios. El hombre que en la vida social se
presenta como "hombre fuerte”, ”hombre de hierro”, es muy a menudo en la
vida "privada” como un niño de cara a sus sentimientos y sus estados de
ánimo: la disciplina que muestra (y que, particularmente, exige de los
demás) se encuentra, en el plano privado, vergonzosamente y
caricaturalmente contradicha y desmentida. Su "vamos al trabajo”, su
"disponibilidad profesional”, su "amor al deber” tienen un rostro
melancólico; su "ejemplar” moral oficial tiene rasgos muy singulares
cuando se levanta la máscara. Y nos referimos aquí menos a los actos que
a los movimientos de la imaginación... En la medida en que el mundo
solicita insidiosamente al individuo que se identifique con su máscara, y
en la medida en que el individuo sucumbe a estas seducciones, será
librado a las influencias que emanan del mundo interior, y será su
víctima con mayor frecuencia... Cuando el individuo se identifica con su
máscara, la contradicción surge del interior de sí mismo y actúa sobre
el yo; todo ocurre como si el inconsciente oprimiera al yo con una
potencia igual a aquella con la que la persona atrae a ese yo, como si
la sumisión a las solicitudes exteriores y a las seducciones de la
persona significaran una debilidad análoga de cara a las fuerzas
interiores y a los poderes del inconsciente. En tanto el individuo
asume, en su relación con el mundo, el rol de una personalidad fuerte y
eficaz, en el fondo de sí se desarrolla una debilidad afeminada ante
todas las influencias que emanan del inconsciente: se abandona cada vez
más a caprichos, humores, accesos de ira... Así pues, la persona, la
imagen ideal del hombre tal como debiera y quisiera ser, se encuentra
interiormente cada vez más compensada por una debilidad femenina; y en
la media en que exteriormente el desempeña el papel de hombre fuerte,
interiormente se transforma en una manera de ser afeminada, que he
llamado anima; entonces el anima se opone a la persona.
Así como es indispensable, en vista de la individuación, de la
realización de sí mismo, que un ser aprenda a diferenciarse de la
apariencia que encarna a los ojos de los demás y a sus propios ojos, así
es indispensable, en un fin idéntico, que tome consciencia del sistema
interrelacional invisible que conecta su yo y su inconsciente, a saber
su anima, a fin poder igualmente diferenciarse de ella. Pues no se puede
uno diferenciar de algo inconsciente. Por lo que respecta a la persona,
es relativamente fácil de modo natural para cualquiera percibir que su
función y uno mismo son dos cosas diferentes. Por lo que respecta al
anima, por el contrario, no se llegará a diferenciarse de ella que a
costa de las mayores dificultades y de los mayores esfuerzos, por la
buena razón de que precisamente es invisible y difícilmente discernible.
Ahora, los factores inconscientes son hechos que ejercen
poderes tan condicionantes como las fuerzas que regulan la vida de la
sociedad; y los primeros son tan colectivos como los segundos. Por ello,
así como puede distinguir lo que mi función exige y espera de mí de lo
que yo quiero, puedo aprender a hacer la distinción entre lo que yo
quiero y lo mi inconsciente tiende a imponerme.
Precisamente porque estas tendencias contrarias están secreta y
subterráneamente en relación unas con otras, son susceptibles de
encontrar su acuerdo en una cierta media, en un cierto compromiso que,
de algún modo necesariamente, brota voluntaria o involuntariamente del
individuo mismo, y del cual éste ha de tener una cierta presciencia
intuitiva. Cada cual tiene un sentimiento de lo que debería ser, de lo
que podría ser, de lo que uno debiera ser. No tener en cuenta esta
intuición, descartarla y alejarse, es hacer un falso camino, es
comprometerse en el sendero del error y, a corto o largo plazo,
desembocar en la enfermedad
Puesto que la psique no es una unidad, sino que está
constituida de un conjunto de complejos contradictorios, no es difícil
realizar la disociación necesaria para la confrontación dialéctica con
el anima. El arte de este diálogo íntimo consiste en dejar hablar, en
dejar acceder a la "verbalización” a la compañera invisible, a poner a
su disposición, de alguna manera, los mecanismos de la expresión, sin
dejarnos frenar por el disgusto que naturalmente se siente consigo mismo
en el transcurso de este procedimiento, que parece un juego de un
absurdo ilimitado
Siempre
procedemos por la idea simplista de que somos el único dueño en nuestra
propia casa. Nuestra comprensión debe familiarizarse con el pensamiento
de que, incluso en la vida más íntima de nuestra alma, todo acaece como
si viviéramos en una especie de morada que, al menos, presenta puertas y
ventanas que se abren sobre un mundo cuyos objetos y presencias actúan
sobre nosotros, sin que podamos decir por ello que los poseemos
He llamado función trascendente a esta modificación que
resulta de la confrontación del individuo con su inconsciente. Esta
curiosa facultad de metamorfosis que manifiesta el alma humana, y que se
expresa precisamente en la función trascendente, es el objeto esencial
de la filosofía alquimista de finales de la Edad Media; expresa su tema
principal de la metamorfosis mediante la simbólica alquímica... El
secreto de esta filosofía alquímica, y su llave ignorada durante siglos,
es precisamente el hecho, la existencia de la función trascendente, de
la metamorfosis de la personalidad, gracias a la mezcla y a la síntesis
de sus factores nobles y sus constituyentes groseros, la aleación de la
funciones diferenciadas y de las que no lo son, brevemente: los
esponsales, en el ser, de su yo consciente y de su inconsciente.
El famoso problema que ha preocupado a la Edad Media, el de la
cuadratura del círculo, que fue una de las preocupaciones esenciales de
los alquimistas. Aquí el problema de la cuadratura del círculo surge en
un punto dado para representar de manera simbólica la individuación. La
personalidad total se caracteriza merced los cuatro puntos cardinales
del horizonte, los cuatro dioses, es decir las cuatro funciones que
permiten la orientación en el espacio psíquico interior y gracias al
círculo que abraza al conjunto
Sin su individualización, el ser permanece en una condición de
mezcla y de confusión con los demás; en este estado, realiza acciones
que le colocan en desacuerdo y en conflicto consigo mismo... pero el
desacuerdo consigo mismo constituye fundamentalmente el estado
neurótico... Ahora, no puede sobrevenir una liberación de este estado si
no se puede existir y actuar de conformidad con lo que se siente como
su verdadera naturaleza. Este sentimiento de su verdadera naturaleza la
experimentan los hombres de manera borrosa, nebulosa e incierta; pero,
mediante su evolución, se afirma en fuerza y en claridad.
Después de violentas fluctuaciones iniciales, las
contradicciones se compensan y aparece paulatinamente una nueva actitud,
cuya ulterior estabilidad será tanto mayor cuanto más violentas hayan
sido las diferencias iniciales. Cuanto mayor haya sido la tensión de las
contradicciones, tanto mayor será la energía que de ella surja, y
cuanto mayor esta energía, tanto más intensa será la fuerza atractiva,
constelizante. En proporción con esa mayor atracción, será también mayor
la amplitud del material psíquico constelizado, y cuanto más aumente
esta amplitud tanto menor será la posibilidad de ulteriores trastornos
que podrían resultar de diferencias con materiales no constelizados
previamente. De ahí que una actitud mental surgida de amplias
compensaciones sea particularmente estable.... los más profundos
conflictos, una vez superados, dejan tras de sí una seguridad y
tranquilidad o un quebrantamiento tales, que difícilmente podrán ser
trastornados o, respectivamente, curados, mientras que por el contrario,
es preciso que hayan existido los más profundos contrastes y que éstos
hayan llevado a una conflagración, para producir resultados valiosos y
permanentes.
El alma contiene todas las imágenes de las que han surgido los
mitos; nuestro inconsciente es un sujeto actuante y paciente, cuyo
drama el hombre primitivo vuelve a encontrar en todos los grandes y
pequeños procesos naturales.
Para hacerse una imagen del proceso simbólico, las series de
imágenes de los alquimistas resultan buenos ejemplos, aunque sus
símbolos son en general tradicionales. Un magnífico ejemplo oriental es
el sistema Chakra tántrico o el sistema nervioso místico del yoga chino.
De acuerdo con todas las apariencias, las series de imágenes del Tarot
son derivados de los arquetipos de la transformación
El proceso simbólico es un vivenciar en imagen y de la imagen.
Su desarrollo muestra por lo regular una estructura enantiodrómica como
el texto del I Ching y presenta por tanto un ritmo de negación y
afirmación, de pérdida y ganancia, de claridad y oscuridad. Su comienzo
se caracteriza casi siempre por un callejón sin salida u otra situación
imposible; su meta es, expresada en general, el esclarecimiento o una
más elevada conciencialidad, con lo cual la situación de partida se
supera en un nivel más alto.
La
realidad que aparece como directa consta de imágenes..., por esa razón,
sólo vivimos directamente en un mundo de imágenes. Para averiguar
siquiera aproximadamente la naturaleza real de las cosas materiales
necesitamos los complicados aparatos y métodos de la física y de la
química. Estas ciencias son instrumentos que capacitan al espíritu
humano para, a través del engañoso velo del mundo de las imágenes,
asomarse un poco a una realidad no psíquica.
Así
pues, lejos de ser un mundo material, la realidad es un mundo psíquico
que sólo admite conclusiones indirectas e hipotéticas sobre la
naturaleza de la materia... Únicamente a lo psíquico le corresponde la
realidad inmediata, y además a cualquier forma de lo psíquico, incluso a
las ideas y pensamientos "irreales" que no hacen referencia a ningún
"exterior". Aunque a tales contenidos los llamemos figuraciones o
delirios, no por ello dejan de tener eficacia; es más, no existe ningún
pensamiento "real" que, en un momento dado, no pueda ser desplazado por
un pensamiento "irreal", presentando éste una mayor fuerza y eficacia
que el primero. Mayores que todos los peligros físicos son los colosales
efectos de las ideas delirantes, a las que sin embargo nuestra
conciencia del mundo quiere negarles toda realidad. Nuestra elogiadísima
razón y nuestra exageradamente estimada voluntad se revelan en
ocasiones impotentes frente al pensamiento "irreal". Las fuerzas
universales que gobiernan incondicionalmente a toda la humanidad son
factores psíquicos inconscientes, y éstos son también los que crean la
conciencia y, con ello, la conditio sine qua non para la existencia de un mundo. Estamos dominados por un mundo creado por nuestra alma.
El
gran error que ha cometido nuestra conciencia occidental es atribuir al
alma sólo una realidad derivada de causas materiales. Bastante más
sabio es el Oriente, que fundamenta la esencia de todas las cosas en el
alma. Entre las desconocidas naturalezas del espíritu y la materia, se
halla la realidad de lo anímico, la realidad psíquica, la única realidad
que podemos experimentar directamente.
Hay una existencia anímica sustraída a la creación y manejo
conscientes del libre albedrío. Si bien podría parecer que todo lo
anímico es como una sombra y tiene un carácter fugaz y superficial o, en
una palabra, fútil, en realidad esas características se verifican
generalmente en el caso de lo psíquico-subjetivo, pero no en el de lo
psíquico-objetivo, lo inconsciente, que representa una condición a
priori de la conciencia y de sus contenidos. De lo inconsciente surgen
efectos determinantes que, independientemente de la transmisión,
aseguran en todo individuo la similitud y aún la igualdad de la
experiencia y de la creación imaginativa. Una de las pruebas
fundamentales de esto es el paralelismo que podríamos calificar de
universal entre los temas mitológicos, a los que he llamado arquetipos a
causa de su naturaleza de imágenes primordiales.
Puesto que todo lo psíquico es preformado, también lo son sus
funciones particulares, en especial aquellas que provienen directamente
de predisposiciones inconscientes. A ese campo pertenece ante todo la
fantasía creadora , En los productos de la fantasía se hacen visibles
las "imágenes primordiales” y es aquí donde encuentra su aplicación
específica el concepto de arquetipo.
La consciencia no es continua. Es cierto que se habla de la
continuidad de la consciencia, pero en realidad esta continuidad no
existe y la impresión que nos la hace sentir es consecuencia del
recuerdo. La conciencia es intermitente, discontinua. ...En el fondo son
pocos los momentos en los que se es realmente consciente, en los que la
consciencia alcanza un cierto nivel y una cierta intensidad... El
inconsciente en cambio es un estado constante, duradero que, en su
esencia, se perpetúa semejante a sí mismo; su continuidad es estable,
cosa que no se puede pretender del consciente.
El inconsciente teje perpetuamente un vasto sueño que,
imperturbable, sigue su camino por debajo de la conciencia, emergiendo a
veces durante la noche en un sueño o causando durante la jornada
singulares y pequeñas perturbaciones.
La consciencia es, por naturaleza, una especie de capa
superficial, de epidermis flotante sobre el inconsciente, que se
extiende en las profundidades como un vasto océano de una continuidad
perfecta... Si juntamos el consciente y el inconsciente, abarcamos casi
todo el do-minio de la psicología. La conciencia se caracteriza por una
cierta estrechez; se habla de la estrechez de la conciencia , por
alusión al hecho de que no puede abarcar simultáneamente sino un pequeño
número de representaciones.
La voluntad es una gran maga que, además, añade a sus encantos
la paradoja de sentirse y aspirar a ser libre. Experimentamos el
sentimiento de libertad, incluso cuando se puede probar la existencia de
causas precisas que con toda necesidad debían entrañar tal o cual
consecuencia que, precisamente, hemos realizado: a pesar de ello, el
sentimiento de libertad es, no obstante, muy vivo en nosotros... Si la
voluntad está marcada por esa libertad soberana que la caracteriza, ello
se debe a que es una parcela de esa oscura fuerza creadora que yace en
nosotros, que nos conforma, que edifica nuestro ser, que reacciona
frente a nuestro cuerpo, que mantiene o destruye su estructura y que
crea vías nuevas. Esta energía aflora, en cierto modo, en el seno de la
voluntad y hasta en la esfera de la conciencia humana, aportando consigo
ese sentimiento absoluto y soberano de imperecedera libertad que no se
deja alterar o restringir por ninguna filosofía.
Siempre hay una parte de nuestra personalidad que es
inconsciente, que está en vías de formación; estamos eternamente
inacabados, crecemos y cambiamos. La personalidad futura que seremos
está ya en nosotros, pero todavía oculta en la sombra
Todo el mundo sabe, en la actualidad, que uno "tiene
complejos”. Lo que no se sabe también, aunque teóricamente es mucho más
importante, es que los complejos lo tienen a uno. En efecto, la
suposición ingenua de la unidad de la conciencia, que se identifica con
el "psiquismo” total, y de la supremacía de la voluntad, es gravemente
cuestionada por la existencia de los complejos. Cada constelación de
complejos motiva un estado de conciencia perturbado. La unidad de la
conciencia queda rota y la intención volitiva es más o menos
dificultada, o aun impedida del todo. También la memoria sufre a menudo
profundamente... De ahí que el complejo deba ser un factor psíquico que,
energéticamente hablando, posee una valencia susceptible de superar en
ocasiones la del propósito consciente, pues de otro modo no serían
posibles tales rupturas del orden consciente. En realidad un complejo
activo nos deja momentáneamente en un estado de pérdida de libertad, de
pensamiento y acción compulsivos, estado al que quizá podría aplicársele
el concepto jurídico de responsabilidad limitada.
Los complejos, en efecto, se comportan como genios malignos
cartesianos... son los personajes que actúan en nuestros sueños, con los
que nos enfrentamos en una total impotencia... Su origen, su etiología,
es a menudo un choque emocional, un traumatismo o algún incidente
análogo, que tiene por efecto el separar un compartimiento de la psique.
Una de las causas más frecuentes es el conflicto moral basado, en
última instancia, en la imposibilidad aparente de asentir a la totalidad
de la naturaleza humana
Esta posibilidad entraña, por su existencia misma, una
escisión inmediata, a espaldas o no de la conciencia. Es incluso, por lo
general, una inconsciencia perceptiva notable de los complejos, lo que
les confiere naturalmente una libertad de acción tanto mayor: su fuerza
de asimilación aparece entonces en toda su amplitud, al ayudar la
inconsciencia del complejo a asimilarse el yo mismo, lo que crea una
modificación momentánea e inconsciente de la personalidad, llamada
identificación en el complejo. Esta noción moderna por completo llevaba
en la Edad Media otro nombre: se llamaba entonces posesión.
Un complejo es como una especie de imán, un centro cargado de
energía atractiva que se anexiona todo lo que encuentra a su alcance,
incluso cosas indiferentes... Por esta razón se dice que el complejo
ejerce un efecto atrayente y asimilador. Quienquiera que se encuentre
bajo el influjo de un complejo predominante asimila, comprende y concibe
los datos nuevos que surgen en su vida en el sentido de este complejo,
al que quedan sometidos; en resumen, el sujeto vive momentáneamente en
función de su complejo, como si viviera un inmutable prejuicio original.
Cuando la cólera ocasionada por una pequeñez se apodera de
nosotros, costaría mucho trabajo v ver que el motivo de nuestra furia no
estaba por completo en tal cosa molesta o en tal individuo
insoportable. Sin embargo, atribuimos a estas cosas el poder de ponernos
fuera de nosotros mismos e incluso de ocasionarnos insomnios y pesadez
de estómago. Echamos pestes, pues, sin miramientos ni reserva contra ese
escollo, injuriando por ello a una parte inconsciente de nosotros
mismos, que se encuentra proyectada en el elemento perturbador. Nuestra
cólera ha podido tomar cuerpo sólo gracias a esta proyección.
Son legión tales proyecciones. Unas son favorables,
facilitando como un puente entre dos orillas el paso de la libido; otras
son desfavorables, sin que lleguen a formar prácticamente, no obstante,
obstáculos, pues las proyecciones peyorativas están en general
localizadas fuera del círculo de las relaciones íntimas.
El agua es el "espíritu del valle”, el dragón del agua del Tao
cuya naturaleza es similar al agua, un Yang integrado en el Yin.
Psicológicamente agua quiere decir espíritu que se ha vuelto
inconsciente... Aparentemente el "espíritu” llega siempre desde lo alto.
Para esa concepción espíritu significa libertad suprema, un flotar
sobre las profundidades, una liberación de la prisión de lo ctónico y
por lo tanto un refugio para todos los timoratos que no quieren "llegar a
ser ". Pero el agua es terrenalmente palpable, es también el fluido del
cuerpo regido por el impulso, es la sangre y la avidez de sangre, es el
olor animal y lo corpóreo cargado de pasiones.
Es cierto que quien mira en el espejo del agua, ve ante todo
su propia imagen. El que va hacia sí mismo corre el riesgo de
encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad
la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos
al mundo, porque lo cubrimos con la persona, la máscara del actor. Pero
el espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro. Esa
es la primera prueba de coraje en el camino interior; una prueba que
basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro consigo mismo es una
de las cosas más desagradables y el hombre lo evita en tanto puede
proyectar todo lo negativo sobre su mundo circundante. Si uno está en
situación de ver su propia sombra y soportar el saber que la tiene, sólo
se ha cumplido una pequeña parte de la tarea: al menos se ha
transcendido el inconsciente personal. Pero la sombra es una parte
viviente de la personalidad y quiere entonces vivir de alguna forma. No
es posible rechazarla ni esquivarla inofensivamente. Este problema es
extraordinariamente grave, pues no sólo pone en juego al hombre todo,
sino que también le recuerda al mismo tiempo su desamparo y su
impotencia. A las naturalezas fuertes - ¿o hay que decir más bien
débiles? - no les gusta esta alusión y se fabrican entonces algún más
allá del bien y del mal, cortando así el nudo gordiano en lugar de
deshacerlo. Pero tarde o temprano la cuenta debe ser saldada. Hay que
confesarse que existen problemas que de ningún modo se pueden resolver
con los propios medios.
Hay que llegar a conocerse a sí mismo para saber quién es uno. pues lo
que viene después de la muerte es algo que nadie espera, es una
extensión ilimitada llena de inaudita indeterminación, y al parecer no
es ni un arriba ni un abajo, ni un aquí ni un allí, ni mío ni tuyo, ni
bueno ni malo. Es el mundo del agua, en el que todo lo viviente queda en
suspenso; donde comienza el reino del "simpático”, el alma de todo lo
viviente; donde yo soy inseparablemente esto y aquello; donde yo
vivencio en mí al otro y el otro mi vivencia como yo. Lo inconsciente
colectivo es cualquier otra cosa antes que un sistema personal
encapsulado; es objetividad amplia como el mundo y abierta al mundo. Soy
el objeto de todos los sujetos, en una inversión total de mi conciencia
habitual, en la que siempre soy un sujeto que tiene objetos. Allí estoy
en tal medida incorporado a la más inmediata compenetración universal,
que con toda facilidad olvido quién soy en realidad. "Perdido en sí
mismo” es una buena expresión para caracterizar este estado. Pero este
sí mismo es el mundo; o un mundo, si una conciencia pudiera verlo. Por
eso hay que saber quién es uno.
El desamparo y la debilidad son la vivencia eterna y el eterno
problema de la humanidad y para esa situación existe también una
respuesta eterna: de lo contrario el hombre hubiera desaparecido hace ya
mucho. Una vez que se ha hecho todo lo que se puede hacer, queda
todavía lo que se podría hacer si uno tuviera conocimiento de ello. Pero
¿cuánto sabe el hombre de sí mismo? De acuerdo a lo que la experiencia
nos muestra, es muy poco. Por eso queda todavía mucho espacio libre para
lo inconsciente.
Hoy llamamos a los dioses factores, lo que viene de facere
= hacer. Los factores están detrás de los bastidores del teatro del
mundo. Lo mismo en lo grande que en lo pequeño. En la conciencia somos
nuestros propios señores; aparentemente somos los "factores” mismos.
Pero si cruzamos la puerta de entrada a la sombra descubrimos con terror
que somos objetos de factores. El saber eso es decididamente
desagradable; pues nada decepciona más que el descubrimiento de nuestra
insuficiencia. Y también da motivo a un pánico primitivo, porque
cuestiona peligrosamente la supremacía de la conciencia
El mayor peligro que nos amenaza proviene de la
impredictibilidad de la reacción psíquica. Por eso quienes poseen
verdadera penetración han entendido ya hace mucho que las condiciones
históricas exteriores de cualquier tipo constituyen sólo la ocasión para
los peligros realmente amenazadores de la existencia, es decir para las
ilusiones políticas, las que han de entenderse no como consecuencias
necesarias de condiciones externas, sino como imposiciones de lo
inconsciente.
El alma es lo vivo en el hombre, lo vivo y causante de vida
por sí mismo…El alma, con astucia y juego engañosos, arrastra a la vida
la inercia de la materia que no quiere vivir. Convence de cosas
increíbles para que la vida sea vivida. Está llena de trampas para que
el hombre caiga, toque la tierra, y allí se enrede y se quede, y de ese
modo la vida sea vivida; igual como ya Eva en el Paraíso no puede dejar
de convencer a Adán de la bondad de la manzana prohibida. Si no fuera
por la vivacidad y la irisación del alma, el hombre se hubiera detenido
dominado por su mayor pasión, la inercia. Un cierto tipo de racionalidad
es su abogado, y un cierto tipo de moralidad le da su bendición. Pero
el tener alma es el atrevimiento de la vida, porque el alma es un
demonio dispensador de vida, que juega su juego élfico por debajo y por
arriba de la existencia humana, y por ello dentro del dogma es amenazado
y propiciado con penas y bendiciones unilaterales, que van mucho más
allá del mérito que puede alcanzar el hombre. El cielo y el infierno son
destinos del alma y no del hombre civilizado, que con su flaqueza y
timidez no sabría qué hacer en una Jerusalén celestial... El anima es un
arquetipo natural que subsume de modo satisfactorio todas las
manifestaciones de lo inconsciente, del espíritu primitivo, de la
historia de la religión y del lenguaje. Es un "factor” en el sentido
propio de la palabra. No es posible crearla, sino que es el a priori de
los estados de ánimo, reacciones, impulsos y de todo aquello que es
espontáneo en la vida psíquica. Es algo viviente por sí, que nos hace
vivir; una vida detrás de la conciencia, que no puede ser totalmente
integrada en ésta y de la cual, antes bien, procede la conciencia. Pues
en última instancia la vida psíquica es en su mayor parte algo
inconsciente y rodea a la conciencia por todos los costados.
Con el arquetipo del anima (alma) entramos en el reino de los
dioses, o sea en el campo que se ha reservado la metafísica. Todo lo que
el anima toca se vuelve numinoso, es decir incondicionado, peligroso
tabú, mágico. Es la serpiente en el Paraíso del hombre inofensivo, lleno
de buenos propósitos y buenas intenciones. Proporciona las razones
convincentes contra la atención a lo inconsciente... la vida en sí no es
algo solamente bueno sino también algo malo. Al querer el anima la
vida, quiere lo bueno y lo malo. En el reino élfico de la vida no
existen esas categorías. Tanto la vida corporal como la psíquica
comenten la indiscreción de arreglarse mucho mejor y de estar más sanas
sin la moral convencional. (…) Anima es vida más allá de todas las
categorías, por eso puede prescindir también de la injuria y la
alabanza.
Si la discusión con la sombra es la prueba que consagra
oficial al aprendiz, el diálogo con el anima es la prueba que consagra
maestro al oficial. Porque la relación con el anima es una prueba de
coraje y una ordalía del fuego para las fuerzas morales y espirituales
del hombre
Es verdad que el anima es impulso vital, pero además tiene
algo extrañamente significativo, algo así como un saber secreto o
sabiduría oculta, en notable oposición con su naturaleza élfica
irracional... Este aspecto de sabiduría sólo se manifiesta a quien
dialoga con el anima . Sólo ese pesado trabajo deja ver en medida
creciente que por detrás del juego cruel con el destino humano hay algo
así como una secreta intención que parece corresponder a un conocimiento
superior de las leyes de la vida. Hasta lo que es al comienzo
inesperado, lo caótico inquietante, oculta un sentido profundo. Y cuanto
más se reconoce ese sentido, tanto más pierde el anima su carácter
impulsivo y compulsivo. Poco a poco se van levantando diques contra el
caudal del caos; porque lo que tiene sentido se separa de lo sin sentido
y al dejar de identificarse sentido y sin sentido la fuerza del caos se
debilita y el sentido queda dotado con la fuerza del sentido y el
sinsentido con la fuerza del sinsentido. Surge entonces un nuevo
cosmos... de la plenitud de las experiencias vitales surge igual
enseñanza que la el padre transmite al hijo. La sabiduría y el desatino
no sólo aparecen en la naturaleza élfica como una y la misma cosa, sino
que son una y la misma cosa mientras son representadas por el anima . La
vida es desatinada y significativa. Y si no se toma lo desatinado a
risa y no se especula sobre lo significativo, entonces la vida es banal;
entonces todo tiene una dimensión mínima. Entonces existe sólo un
pequeño sentido y un pequeño sinsentido.
Cuando todos los apoyos y muletas se han roto, y ya no hay
detrás de uno seguridad alguna que ofrezca protección, sólo entonces se
da la posibilidad de tener la vivencia de un arquetipo que hasta ese
momento se había mantenido oculto en esa carencia de sentido cargada de
significado que es propia del anima . Es el arquetipo del significado,
así como el anima representa el arquetipo de la vida. (…) el arquetipo
del espíritu, que simboliza el sentido preexistente, oculto en la vida
caótica. Es el padre del alma, y sin embargo el alma es, como por
milagro, su madre-virgen; y por eso fue designado por los alquimistas
como el "antiquísimo hijo de la madre”
No me canso de repetir que ni la ley moral, ni la idea de
Dios, ni religión alguna le han llegado al hombre jamás del exterior,
como caídas del cielo; al contrario, el hombre desde su origen lleva
todo esto en sí, y es por ello por lo que, extrayéndolo de sí mismo, lo
recrea siempre de nuevo. Es pues una idea perfectamente inútil el pensar
que basta combatir el oscurantismo para disipar esos fantasmas. La idea
de ley moral y la idea de Dios forman parte de la sustancia primera e
inexpugnable del alma humana. Por eso toda psicología sincera... debe
aceptar la discusión sobre ellas...; en psicología la noción de la
divinidad es una magnitud inmutable con la que hay que contar, al igual
que con las de "afectos”, "instintos”, el "concepto de Madre”, etc. La
confusión originaria de la imago y su objeto ahoga toda diferenciación
entre "Dios” y la "imago de Dios”; tal es la razón por la que se me
acusa de hacer teología y la causa por la que entienden "Dios” cada vez
que yo hablo del "concepto de Dios”
Pues quienquiera que tenga la presunción de pasar por un
héroe, por esta misma presunción desafiará al dragón con el que tenga
que combatir. Su sobreestimación personal amontona en su alma grandes
peligros psíquicos.
El peligro de ser tragado por un dragón podría significar el
peligro de ser tragado por el inconsciente. Pero a su vez, ¿qué quiere
decir ser tragado por el inconsciente? ¿qué pasa entonces? El sujeto se
vuelve loco, inconsciente y desorientado, y pierde contacto consigo
mismo y con el mundo que lo rodea. Es, evidentemente, un peligro
inmenso. Pero el monstruo, junto a los peligros que encarna, podría
estar también lleno de posibilidades de curación... una posibilidad de
renacimiento; cuando un individuo es devorado por un dragón, ello no es
sólo un acontecimiento negativo.
Como dice la Cábala, el sueño es realmente un sueño; lleva en
sí mismo su significación; el sueño es lo que es, entera y
exclusivamente lo que es; no es una fachada, no es algo a propósito o
preparado, una engañifa cualquiera, sino una construcción terminada
En efecto, los sueños son productos del alma inconsciente, son
espontáneos, sin predeterminación, sustraídos a la arbitrariedad de la
conciencia. Son pura naturaleza y, por tanto, de una verdad natural y
sin disfraz; ésta es la razón de que gocen de un privilegio sin igual
para restituirnos una actitud conforme a la naturaleza fundamental del
hombre, si nuestra consciencia se ha alejado de su base y se ha quedado
atascada en algún atolladero o en alguna imposibilidad.
Meditar sobre los propios sueños es volver a uno mismo.... Se
medita sobre el sí mismo y no sobre el yo , sobre ese sí mismo extraño
que nos es esencial, que constituye nuestro pedestal y que, en el
pasado, engendró el yo.
Y en cada uno de nosotros duerme un extraño de rostro desconocido, que habla con
nosotros por medio del sueño y nos hace saber cuán diferentes son la
visión que tiene de nosotros y aquella en la que nos complacemos. Por
eso, cuando nos debatimos en una situación con dificultades insolubles,
es el otro, el extraño en nosotros quien puede, llegada la ocasión,
abrirnos los ojos y difundir las únicas claridades capaces de
transformar de arriba abajo nuestra actitud, esa actitud que nos ha
llevado hasta la situación inextricable y que ha fallado.
Se puede demostrar que el inconsciente teje perpetuamente un
vasto sueño que, imperturbable, sigue su camino por debajo de la
conciencia, emergiendo a veces durante la noche en un sueño o causando
durante la jornada singulares y pequeñas perturbaciones.
El hombre lleva siempre consigo su historia toda y la historia
de la humanidad. Ahora bien, el factor histórico representa una
necesidad vital, a la que ha de responderse con una sabia economía. Ha
de concederse su derecho de expresión y de convivencia a lo
preexistente.
C.G. Jung
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