"Habita esta
selva, estos bosques sagrados, el ave fénix, sola y única que vive
saliendo rehecha de su propia muerte". De
Ave Phoenice.
El Ave Fénix de la
mitología clásica es algo más que un mito poético o una ingenua
leyenda sumergida en ese bosque de leyendas que es la literatura
clásica. En realidad, una mitología arraigada en el subconsciente
colectivo de un pueblo, entraña necesariamente una enseñanza sin la
cual ese pueblo no hubiera podido desarrollar sus potencialidades.
Mitología implica necesariamente, iniciación y una iniciación es
el acto mediante el cual, posibilidades latentes en el ser humano,
pasan del estadio de potencia al de acto. De entre todas las leyendas
mitológicas que el mundo clásico nos ha legado, la del Ave Fénix
es, sin duda, la de un mayor y más rotundo contenido iniciático. Se
trata, por lo demás, de un mito universal nacido del vector más
puro de la tradición egipcia, pero que tiene también
manifestaciones de increíble similitud en India y China.
El ave que renace de su
propia muerte nos indica cómo era una parte de la estructura mental
de nuestros ancestros y de las culturas clásicas de las que el
Occidente moderno es hijo. Conocerlo puede facilitar el retorno a los
orígenes es, quizás, la forma más drástica de superar la actual
crisis de identidad y pérdida de valores que experimenta nuestro
entorno cultural en este límite del milenio.
FISONOMIA DEL AVE
INMORTAL
El Fénix es descrita por
muchos autores clásicos con una precisión tal que se diría que han
podido contemplarla en estado de máximo arrobamiento o en el curso
de éxtasis místicos. Así se comprende que las descripciones no
sean completamente coincidentes, sino que cada autor coloque un matiz
propio que otros no recogen, o simplemente, que, aparezcan sensibles
modificaciones a lo aportado por autores anteriores. Sin embargo una
serie de características son comunes. Todos coinciden, por ejemplo,
en los destellos desprendidos por el cuerpo del ave y su plumaje que
admiten es de oro rojizo. Tácito dice que, solo por sus plumas, el
Fénix puede distinguirse fácilmente de cualquier otra ave.
Lactancio le atribuye un color rojo azafrán con un pico de aspecto
similar a una gema o formado por piedras preciosas. Las plumas
muestran irisaciones blancas, verde esmeralda y marfil. Igualmente,
todos describen las garras como enormes y rojas.
Una aureola solar corona
la cabeza del ave. Aquiles Tacio, autor latino afirma que el Fénix
se precia de tener al Sol por señor y Lactancio en el famoso poema
"De ave Phoenice", afirma que tiene por corona los rayos
del astro rey. Claudiano percibe en sus ojos, lo que describe como
"brillo misterioso" y que el propio Lactancio compara a
"jacintos azules de gran fulgor". Otro autor clásico,
Solino, en su "Recopilación de acontecimientos memorables",
dice que el cuello del ave despide un "dorado resplandor".
Esta solaridad está incluso presente en sus patas que son para
Lactancio, doradas y para Claudiano, purpúreas, mientras que otros
autores las describen de color naranja de sandáraca. Al moverse
muestra una gran dignidad y altivez. Ezequiel, el profeta judío,
dice que su andar es "altivo como un toro y ágil, como si el
cuerpo no le pesara".
Lo más notable es su
sexo. Macho y hembra a la vez, los autores griegos y romanos lo
definen como hermafrodita. Plinio afirma sin dudarlo que "un
dios le concedió renacer de sí mismo sin lazos que aten a Venus".
No hay otro animal ni ave
como el Fénix. San Eusebio al hablar de sus dimensiones dice que es
dos veces más grande que la mayor de las aves, el águila. Otros
comparan su belleza a la del pavo real. El mismo Plinio la quiere
aproximar al faisán del que dice que el moño que muestran en la
cabeza es similar a la cresta del Fénix. Lactancio en el poema, la
compara al Arco Iris, diciendo que fue la misma diosa quien coloreó
a la vez el arco que lleva su nombre y las plumas del Fénix.
Algunos autores resaltan
los misteriosos y sutiles tonos de su canto que comparan al del mejor
ruiseñor que canta en el Paraíso. Algún autor latino que ha oído
hablar del cátedro, la ave solar hindú, establece paralelismos
entre los dos animales en función del armonioso canto de ambos. El
Fénix, posado en lo alto de un árbol, despide una musicalidad tan
alta y clara que la escucha el bosque entero. En las auroras, espera
en lo alto de la copa del árbol sagrado, mirando hacia el Este, el
lugar donde nace el Sol; cuando despuntan los primeros rayos entona
un canto que hace palidecer al del gallo. Las noticias sobre las
bondades musicales del Fénix llegaron incluso hasta China, donde
existió el cheng, instrumento de música en forma de Fénix, que
intenta pálidamente reproducir el canto del ave.
EL AVE DEL PARAISO
Los autores no están de
acuerdo sobre la morada de este ave. Para Tácito y Heródoto su
lugar de residencia es Arabia, para Arístides y Ausonio, la India.
Los poetas Ovidio y Marcial la sitúan en Asiria y Lactancio, tan
concreto en otras ocasiones, se limita aquí a indicar un vago
"Oriente". Son varios los autores que mencionan a Etiopía
que nada tiene que ver con el actual país africano, refiriéndose a
una zona comprendida entre el Tigris y el Eufrates, bañada por las
costas del Mar Negro.
Frecuentemente el nombre
de Heliópolis (la "ciudad del Sol") aparece en los
relatos. Se dice, por ejemplo que cuando muere su padre, lo sepulta
en Heliópolis, o que -como cuenta Heródoto- cada quinientos años
aparecía en la ciudad. Otros afirman que el Fénix se inmola
precisamente en el Templo del Sol de Heliópolis. Pero sería
necesario investigar los contenidos de esa ciudad maravillosa -que
nada tiene que ver con la ciudad real que algún día existió con
ese nombre en Egipto- para que podamos calibrar el sentido de la
frase.
Lactancio, por ejemplo,
nos dice que en ese país hay ausencia de mal y cualquier acto que
realizan los hombres es bueno y elevado; en aquel lugar, una llanura
elevada, no existe sufrimiento para el cuerpo ni para el espíritu.
El lugar es equiparable al Paraíso judeo-cristiano, a los Campos
Elíseos descritos por Homero en donde reina la paz del espíritu y
una serenidad sin límite o a la Isla de los Bienaventurados.
Quintiliano llega incluso a describir el lugar como si hubiera
viajado a él; lo llama lugar de bienaventuranza ("locurum
amoenitas"), con agradables bosques y ríos, peinado por una
brisa suave, donde el canto de los pájaros es tan melodioso que
produce un placer extático. La virtud está presente en el lugar y
quienes lo habitan se guían por una idea innata de justicia y una
equilibrada templanza. Ovidio sitúa una fuente en el centro del
lugar, al pié del monte Elíseo y cerca de ella el lugar de
residencia del Fénix. En el Elíseo jamás llueve ni neva, pero, aun
así, la fertilidad es proverbial gracias a la fuente de vida que lo
alimenta todo. Nos dice también que crecen "melones",
palabra que para los griegos tenía dos acepciones: cualquier fruta y
el árbol de frutos dorados.
En esos Campos Elíseos
vive la raza de los héroes de la que Hesíodo nos dice que fue
creada por los dioses en tiempos de la guerra de Troya. Hesíodo, en
"Los Trabajos y los Días", presenta una cosmogonía de la
decadencia en cuatro fases cíclicas: la Edad de Oro, o edad de los
dioses donde el hombre era igual a ellos; la Edad de Plata en la que
se pierde el contacto directo con la trascendencia y la casta
sacerdotal -mediadores entre el hombre y Dios- es hegemónica; luego
la Edad de Cobre o edad de los guerreros y, finalmente, la Edad del
Hierro, fase final de decadencia y desintegración. Pero entre estas
dos últimas, Hesíodo sitúa la Edad de los Héroes. Gracias al
ascesis heroico y a la "prueba iniciática" el hombre de
las dos últimas edades tiene la posibilidad de reintegrarse en la
edad primordial, la Edad de Oro. Quienes lo consiguen tienen en el
Elíseo su morada. Y sobre ellos, eternamente, revolotea el Fénix.
LA ESTRUCTURA DEL MITO
La leyenda mitológica
cuenta que un ave, de nombre Fénix, moría en medio de plantas
aromáticas para resucitar luego con plumas que reflejaban los
colores del sol. Esta estructura central tiene distintos elementos
que lo van enriqueciendo, la mayoría de los cuales se integran en el
mismo significado simbólico y, en otros casos, se trata de errores
de comprensión fácilmente perceptibles. Así, por ejemplo,
Artemidoro de Daldis cuenta que un pintor egipcio que solía
representar al fénix era tan pobre que, tras la muerte de su padre,
se vio obligado a llevar el cadáver a sus espaldas para darle
sepultura. La dificultad en "enterrar al padre" deriva de
en una mala lectura de la leyenda realizada por Artemidoro: el Fénix
carece de padre y de generación alguna. La generalidad de los
autores, afirma que, de las cenizas del Fénix nace un gusano que va
creciendo hasta convertirse en un nuevo pájaro que, una vez adulto,
emprende el vuelo y regresa a su morada.
Detengámonos aquí: el
ave renace en virtud de su muerte; cuando se siente anciano recoge
plantas aromáticas y forma un nido en el que muere; de los restos
nace un gusano que genera la nueva ave. Esta, una vez adulta, vuela a
Heliópolis. Resulta evidente que el eje central del tema es el
binomio "muerte-renacimiento" que remite a la estructura
central de todo sistema iniciático: para que una ceremonia de
iniciación produzca efecto, el "hombre viejo" debe morir
y, en su lugar, debe aparecer un nuevo alumbrado, un hombre renacido,
un "hombre nuevo", en definitiva. En el proceso iniciático,
como en la vida del Fénix, existe un antes y un después de la
muerte simbólica: en el "antes" el ser está caracterizado
por el agotamiento de sus posibilidades, el ocaso y la crisis
existencial; en el "después" todo se renueva y torna joven
y vivo.
A esta estructura
central, los distintos autores añaden detalles no carentes de
importancia. Hay que insistir en que el mito no es una imagen
gratuita creada como un autor crea una relato literario. El mito
dramatiza una experiencia interior y, de la misma forma que, durante
un sueño, distintas personas sometidas a los mismos estímulos, los
metabolizan y dan a cada visión onírica unos contenidos
particulares, los autores clásicos que han aludido a mitologías,
suelen haber tenido esas visiones interiores, sorprendentemente
iguales, pero, al mismo tiempo, muy personalizadas. Ovidio, por
ejemplo, afirma que la edad del Fénix es de 500 años, pero Plinio
la sube hasta 540 años como el Heliodromo (el ave mensajera del
Sol). Tácito eleva la edad del Fénix a 1461 años cumplidos los
cuales se encierra en su nido situado en lo alto de una palmera,
confeccionado con ramas aromáticas (casia, nardo, cinamono, mirra) y
muere en medio de éstas derramando sobre sí mismo "la fuerza
genital". El muy católico San Epifanio de Salamina, afirma que
el fénix, antes de morir, se golpea el pecho con sus garras hasta
hacer salir fuego de las entrañas; ésta llama enciende la leña que
le ha de abrasar. Antes de que todo quede reducido a cenizas, Dios
hace aparecer una nube cuya lluvia apaga la llama; los restos
generarán, al día siguiente, un gusano del que nacerá de nuevo el
Fénix..
Plinio afirma que las
cenizas del ave contienen virtudes curativas y regenerativas que
constituyen una verdadera "medicina universal". Horapolo el
griego, aporta un nuevo matiz atribuyendo la cualidad fecundadora a
la sangre del ave. Al sentir, nos dice, como le llega la muerte, se
echa en el suelo y se hiere en el vientre; la sangre que mana fecunda
la tierra y de ella nacerá el nuevo Fénix que acompaña a su padre,
aun vivo, a morir en Egipto a la salida del Sol. Aquiles Tacio
modifica el relato de Horapolo sosteniendo de manera insensata que el
nuevo Fénix cuida de la sepultura de su anterior encarnación en el
Nilo y para ello deposita el cadáver en un hueco excavado adrede en
el tronco de un árbol de mirra que luego tapa con tierra.
Todos estos matices no
hacen sino abundar en los mismos significados simbólicos:
muerte-resurrección, solaridad, paraíso...
CONTENIDO INICIÁTICO
Los lingüistas de un
lado y la tradición esotérica de otro, han hecho descender el
nombre de Fénix del término griego "phoinix" al que se le
dan tres acepciones: la primera alude a los nativos de Fenicia, país
situado al Este del Mediterráneo; la segunda la emparenta con el
color púrpura y la tercera con palmera. Para los latinos, se aludía
a los naturales de Fenicia y a las palmeras y, posteriormente, San
Isidoro de Sevilla, por el contrario, demostrando conocer la acepción
que remite al color púrpura, lo emparenta con la realeza. Los tres
sentidos, sin embargo, son coincidentes: se alude a Fenicia, situada
en el Este, por que es allí por donde sale el Sol; el color púrpura
es el color de Zeus y de los dioses del Olimpo, y la palmera, por su
parte, es un árbol sagrado de Oriente gracias a su forma | vertical
que luego se abre, desparramando sus ramas como si fueran rayos del
Sol. Los mismos templarios habían conocido este último significado,
integrándolo en su gnosis. Era frecuente que las capillas templarias
tuvieran forma circular y la bóveda estuviera sostenida por una
columna central llamada Arbol o Palmera de la Vida. Era justo encima
de esa columna donde los templarios situaban un pequeño habitáculo
en el interior del cual meditaban en soledad antes y después de su
iniciación en el capítulo secreto de la Orden. Estos lugares aun
son visibles en muchas capillas templarias.
Fenicia, la palmera y el
color púrpura, indicaban solaridad, ascesis, dignidad regia (es
decir, dignidad solar), remitiendo en su conjunto al concepto de
iniciación. Es significativo que Claudiano compare el Fénix a otro
elemento situado en la misma línea simbólica, el pino, igualmente
símbolo solar y de perennidad, al no perder jamás sus hojas.
Claudiano llega incluso a comparar los achaques del Fénix a los del
pino cuya muerte se produce en tres fases; una parte del pino es
derribada por los ataques del viento, otra se desgaja por acción de
la lluvia que pudre sus entrañas y la última se rinde por efecto
del tiempo. El fénix sufre agotamiento parecido. Nada más empieza a
ver debilitadas sus alas que apenas le permiten ya levantar el vuelo,
cuando su vista se atenúa, nuestra ave siente que le viene la muerte
e inicia la construcción de su nido.
Para Dionisio la
cremación tiene lugar en la cima de una elevada montaña en una roca
alta, lugar que, por su elevación y proximidad a los dioses, tiene
dignidad real. Pero la opinión general es que va al Paraíso a
buscar plantas aromáticas entre las que se citan el cinamono, el
bálsamo, la casia, el acanto, las lágrimas de incienso, las tiernas
espigas de nardo, la mirra y la panacea. En Grecia el lecho de los
difuntos se adornaba con hojas de olivo, apio y coronas de flores,
entre ellas el cinamono, considerada como la planta aromática que
mejor arde y que, por tanto, está consagrada al sol. Plinio, siempre
piadoso, recuerda que solo puede recogerse cinamono con permiso de la
divinidad y tras un gran sacrificio, cuando el Sol no está presente
en el firmamento.
Es innegable que el mito
del Fénix está íntimamente ligado a una ciencia sagrada de
carácter iniciático: la alquimia. Cómo se sabe, el fin último de
la alquimia es la regeneración del compuesto humano y su
reintegración en el estado edénico primordial. La primera fase de
los trabajos alquímicos recibe el nombre de "putrefactio"
o mortificación de la cual se extrae un compuesto que, en una
segunda fase aviva el fuego interior del ser humano capaz de llevarlo
al estado trascendente de identificación con la divinidad. El
catalizador que provoca esta transmutación se obtiene directamente
de la putrefacción de la materia primera en la primera fase de la
Obra Hermética. El fuego tiene un papel preponderante en todos estos
procesos. A la luz de estos datos el símbolo del Ave Fénix adquiere
un nuevo sentido: nos está definiendo lo esencial del proceso de
regeneración alquímico.
Dice la tradición del
Fénix que dentro del nido espera la cremación. Una vez muerta, el
ave empieza a descomponerse y el líquido formado por la putrefacción
de los miembros impregna la totalidad del ave, lo que da origen a un
gusano de cuya metamórfosis saldrá un nuevo fénix. El cuerpo
muerto se calienta de tal forma que llega a producirse una llama. Así
pues, el "líquido salido de la putrefacción" del Fénix
es el catalizador que los alquimistas llamaban "piedra
filosofal" que provocaba la regeneración del sujeto o bien
facilitaba la transmutación del plomo en oro. Fénix y piedra
filosofal encierran en sí mismas, milagro y capacidad regenerativa.
Lactancio en su poema
comenta que el Fénix, llegado a la madurez, deja de ingerir
alimento; el aire y el calor le bastan para sobrevivir. Al despuntar
el alba y cuando las estrellas comienzan a palidecer, sumerge tres o
cuatro veces su cuerpo en el agua sagrada de la fuente situada en el
centro del Elíseo y bebe tres o cuatro sorbos de esta agua viva. El
hecho de que el Fénix tenga un carácter andrógino, es otro
elemento hermético extrapolado al mito, pues no en vano, la materia
prima destilada en el horno de fusión de los alquimistas es
masculina y femenina, activa y pasiva, a la vez.
UNIVERSALIDAD DEL MITO
A ningún mitólogo se le
ha escapado el hecho de que el mito del Fénix procedía de Egipto en
donde ya había adquirido una forma extraordinariamente próxima al
redactado griego. En la tierra del Nilo, el ave recibía el nombre de
Bennu y estaba asociado al Sol y a las crecidas del gran río,
elementos que lo vinculaban a la regeneración y la vida. Ya en
Egipto su templo estaba situado en Heliópolis. Las efigies de Bennu
se colocan en la proa, en forma de mascarón, de las barcas sagradas
que transitaban por el río repletas de sacerdotes oficiantes de los
ritos mistéricos. Al igual que en el mundo clásico, en Egipto el
Bannu era símbolo de resurrección; cómo se sabe el alma del
difunto, tras abandonar el cuerpo, asistía a la "psicostasia",
ceremonia de pesada de su alma. Respetados escrupulosamente estos
ritos, si el difunto había realizado correctamente los ritos
sacrificiales y la confesión negativa de sus culpas era verídica,
el difunto alcanzaba la naturaleza del Fénix y renacía a una nueva
vida.
La tradición pasó de
los egipcios a los griegos y de ahí al mundo latino. Cuando éste se
extinguió, correspondió a los árabes rescatarlo e insertarlo en la
particular cosmogonía islámica. Añaden los tratadistas islámicos
que el Fénix solo se posa en la montaña Qâf, considerada por ellos
como el polo y el centro mundo. Sin embargo, la opinión no era
unánime. Los islamistas más ortodoxos desconfiaron siempre de todos
los temas no extraídos directamente del Corán; el Fénix era uno de
ellos, así que doctores como Al-Jili, hicieron lo que los Padres de
la Iglesia católicos ya habían hecho setecientos años antes, es
decir, islamizar el mito. Al-Jili sostuvo que el Fénix carecía de
existencia real y, por tanto, era un mero símbolo; no tenía otra
existencia más que la atribuida por el nombre y su idea no podía
alcanzarse más que por la palabra que lo designaba, de la misma
forma que no puede comprenderse la naturaleza de Dios sino por
mediación de sus nombres y cualidades.
Muy lejos de allí, en
otros horizontes culturales, la evocación del Fénix también había
llegado. Los taoistas, por ejemplo, daban el nombre de "ave de
cinabrio" a una entidad con los mismos atributos que el Fénix.
El cinabrio es el sulfuro rojo de mercurio, al que ya la alquimia
occidental apelaba como una de las posibles materias primas de la
operativa hermética y que el taoismo llamaba "montura de los
inmortales". También en China el "ave de cinabrio"
era andrógina, deparaba la inmortalidad y su aspecto masculino
deparaba la felicidad, mientras que el femenino era emblema del
aspecto femenino del cosmos. Ambos, unidos, deparaban la felicidad.
Cuando alguien afirmaba haberlo visto en los campos era augurio
seguro de un feliz reinado del Emperador. En China, así pues, el
Fénix está asociado a la función imperial del "cosmocrator",
Señor del Universo.
EL MITO CRISTIANIZADO
Fueron varios los santos
y padres de la Iglesia que, hasta bien entrada al Edad Media,
disertaron sobre el Fénix, integrándolo en la concepción católica.
San Eusebio de Cesárea, San Ambrosio, San Clemente de Roma, San
Epifanio de Salamina, aun bajo el Imperio Romano y posteriormente San
Gregorio de Tours, San Isidoro de Sevilla, Valerio Abad, Rábano
Mauro, San Alberto Magno, el gran alquimista, etc. sostuvieron que el
Ave Fénix demostraba la inmortalidad del alma tras la muerte y era
un símbolo vivo de Jesucristo, el cual, también resurgió a su
propia muerte. En literatura cristiana más antigua, los Padres de la
Iglesia utilizaron la leyenda del Fénix como argumento en favor de
la doctrina de la resurrección; todos ellos recurren a la semejanza
de las cenizas del Fénix con los elementos constitutivos del hombre,
hecho de barro y polvo, que resucitará al toque de trompeta. El
Fisiólogo apura la comparación entre Jesucristo y el Fénix
diciendo que éste tarda tres días en resucitar.
Solamente Máximo el
Confesor, lo critica. Su argumento no deja de evidenciar la
simplicidad de sus concepciones. Inicia su razonamiento afirmando
que, a pesar de sus virtudes, el Fénix es un animal y, en tanto que
tal, padeció el Diluvio Universal. Se pregunta luego si Noé
menciona entre los animales que cargó en el Arca, alguno cuya virtud
fuera la inmortalidad. La respuesta negativa le hace afirmar que el
ave no pudo ser distinta de otras aves del Arca. Así pues no puede
verse libre de la muerte, ni siquiera renacer del fuego, ni
soportarlo, como la salamandra, de la que Máximo el Confesor
comparte la creencia muy extendida en su tiempo, que soportaba las
llamas, pero, en cambio, era permeable a otras desgracias.
Un curioso relato
medieval atribuido al abad español Valerio, narra las vicisitudes de
Baldario en el curso de un viaje. Criado fiel de San Fructuoso,
Baldario, fue a morir al rayar el alba en una de las etapas del
trayecto y su alma se elevó al cielo, acompañada por tres palomas.
Jesucristo en persona quiso honrar las virtudes de Baldario,
concediéndole una prolongación a su existencia humana y ordenó a
las palomas que volvieran el alma al pobre cuerpo muerto,
advirtiéndoles que tuvieran cuidado de que la proximidad del sol no
la quemase. El alma de Baldario, al regreso, pudo ver como el Sol iba
precedida de un ave muy grande de color rojo -que no era otra que el
Fénix-, cuyo aleteo atenuaba el rigor del Sol.
La leyenda transcrita por
el Abad Valerio recoge una vieja tradición medieval derivada del
tema del Ave Fénix según la cual, el batir de sus alas evita que
los pecadores sean quemados por los rayos del Sol. La idea es que los
justos, en tanto que tales, están dotados de la pura luz solar,
mientras que los injustos son su antítesis y, por tanto, poseídos
por el Maligno que huye de la luz solar -atributo de la divinidad- y
es combatido por ésta. La idea cristiana de propósito de la
enmienda, redención y expiación, se afirman gracias al tema del
Fénix que, evidencia, una vez más, su carácter de mediador entre
lo divino y lo humano.
CONCLUSION: MITO SOLAR
Y SIMBOLO DE INICIACION
Nuestro viaje a través
del Fénix nos ha permitido comprobar hasta qué punto está ligado a
una secuencia simbólica que indica estabilidad, orden, realeza,
realización y trascendencia, de la que forman parte el Sol, la alta
cumbre, el Fuego, los símbolos solares de determinadas plantas,
ubicaciones geográficas concretas como el Este, o ciudades
alegóricas como Heliópolis. De todas estas sugerencias simbólicas,
la que más persistentemente recorre el mundo de la Tradición es el
Solar, de ahí que podamos definir el Fénix como un avatar del Sol.
En segundo lugar la
reiteración del tema muerte-renacimiento le otorga un contenido
iniciático y una enseñanza operativa: para regenerar la naturaleza
del ser, ésta debe morir en su aspecto humano; el ente renacido de
la putrefacción, la incineración del "hombre viejo",
generará un ser trascendente, que comparte cualidades con la
divinidad y cuya morada sea el Paraíso, el estado edénico
primordial, los Campos Elíseos o las Islas Bienaventuradas.
A partir de aquí estas
dos concepciones es posible establecer múltiples correspondencias
con otros mitos y concepciones de Oriente y Occidente que remiten a
idénticas claves simbólicas y que definen una "vía" de
realización, heroica y solar que fue patrimonio de nuestros
ancestros, cuando Occidente daba sus primeros pasos.
Hola a todos, soy nuevo en esta grandiosa página y me encantaría que escribieran algún artículo sobre los siguiente temas si no es mucha molestia: Lilith en todas las mitologías, su parentezco con la virgen maría y por supuesto su papel en la gnosis primordial. Por otro lado me gustaría leer artículos en concreto sobre los siguientes personajes, Nietzsche, Aleister Crowley, Madame Blavatsky, Herman Hesse y Espinoza, principalmente por todo el legado que han dejado.
Solamente los usuarios registrados pueden añadir los comentarios. [ Registrarse | Entrada ]
Año 2012 - TDLD
Membrecía de TDLD
Para obtener la Membrecía de TDLD, haz click en la puerta y atrévete a entrar
Login
Búsqueda
Últimos artículos
Últimos libros
Escudo
Tiene el toque de antigüedad y nobleza que hacen de este escudo algo muy original. La corona representa la realeza, el cuervo a Enki y en heráldica esta ave representa a un guardián, un protector y encima este cuervo sostiene una espada con la que va a proteger a los suyos. Los dos leones de Isis, en heráldica representan valor y esfuerzo de los caballeros que han ejecutado alguna atrevida empresa, valiéndose más de la astucia que de la fuerza. En este caso son dos leones rampantes y tenantes que sostienen el escudo cuartelado con los sigils de la Corona, o los símbolos de los seres de mayor jerarquía que poseemos, los Dioses. Al centro figura el símbolo del orígen de la sabiduría hiperbórea. El lambrequín está tirado para atrás y tiene una coloración distinta y polarizada (rojo y azul) y rematamos a esta obra con nuestro grito de guerra que dice: "La decisión de ser un dios es tuya".
Escudo de guerra
El Águila bicéfala representa el dominio de dos lugares, se remonta su uso a las culturas humanas mas antiguas, Sumeria representó con este símbolo el dominio de oriente y occidente. Luego, este símbolo fue tomado por las culturas que le sucedieron y se estandarizó su uso. Ahora nosotros los herederos de la corona, usamos este símbolo para representar nuestra presencia tanto en este plano como en el otro.