La dinastía merovingia que rigió el Imperio franco por muchos años fue,
según algunos estudiosos del ocultismo, una dinastía iniciática y solar,
conocedora de arcanos misterios orientales. Fundada por el bravo guerrero
germánico Meroveo (hijo de un dios marino y una mujer humana, según la
leyenda), los merovingios eran una dinastía aria, de origen germano, defensora
de la tradición heroica como la menciona Evola en sus tratados.
Fueron los merovingios reyes de los francos y su basto imperio hasta
que fueron derrocados por un sirviente, un plebeyo, el mayordomo Carlos Martel
de donde proviene el término "carolingio” quien usurpó el poder gradualmente,
convirtiéndose en el verdadero titular del poder, siendo el hijo de Carlos
Martel, Pipino el Breve, el primero en destronar al monarca merovingio y asumir
el poder formalmente, dando nacimiento a una pútrida dinastía plebeyista, lunar
y anti-viril. No es de extrañar entonces que la investidura usurpadora de Pipino
como rey de los francos fue reconocida y apoyada por el Papa de aquel entonces
(servidor siniestro del Demiurgo) Esteban II y que luego Pipino se reuniera con
un judío llamado Makhir David, descendiente de la Casa de David y heredero al
trono de Israel, a quien Pipino le concede muchos títulos como Duque de
Toulouse, Conde de Narbona y Príncipe de los judíos, casando a su propia
hermana Auda Martel con Makhir a quien rebautizan como Teodorico I, de esta
manera estará por siempre ligada la sangre carolingia con la judía y a partir
de este momento la dinastía judía davídica encontrará la forma de enquistarse
en las más altas esferas del poder europeo; la Nobleza .
Pipino asistió al Papa en su lucha contra los germanos lombardos
liderados por Astolfo quienes se rebelaron contra el papado demiúrgico, pero
sin éxito, pues fueron derrotados por la nueva dinastía judeo-franca
carolingia. Pipino sería sucedido por su hijo Carlomagno, quien es bien
conocido y la sangre judía se dispersaría mediante una serie de matrimonios por
conveniencia entre la nobleza del Sacro Imperio Romano-Germano.
Esto nos lleva a los Capetos, otro hito en la historia.
Hugo Capeto, fundador de la dinastía, Duque de París casado con la
carolingia Adelaida de Poitou, derrota y desplaza del poder a la familia
de su esposa, los carolingios. De esta nueva dinastía capético-carolingia
descienden los Borbones que gobiernan España y Luxemburgo (y gobernaron Francia
hasta la Revolución) y por línea materna los Windsor de Inglaterra.
Al igual que los carolingios, los judíos Capeto iniciaron una
intrincada Red de matrimonios por conveniencia que les permitió colocarse en el
la realeza de casi toda Europa, gobernando Francia, España y Portugal, entre
otros muchos reinos y feudos, siendo hasta la fecha los actuales Rey Juan
Carlos I de Borbón en España e Isabel II de Windsor en Inglaterra descendientes
de los Capeto y, por ende, de los Carolingios (judíos). Lo cual significa que
tienen sangre judía (y esto es notable en algunos de sus rasgos faciales).
Algunas monarquías europeas fueron excepción. La dinastía bonapartista
fundada por el fervoroso antisemita Napoleón Bonaparte es un ejemplo, y la
dinastía Romanov en Rusia directa descendiente del primer Zar Iván IV el
Terrible es otro, ambas sin embargo cayeron en desgracia. Bonaparte fue
derrotado, entre otras cosas, por la decidida ayuda prestada por los adinerados
usureros judíos los Rothschild y, el caso más trágico, Nicolas II, último Zar
de Rusia, fue masacrado junto a su esposa, hijas y único hijo por los
bolcheviques a las órdenes del judío Vladimir Lenin y otros líderes
revolucionarios de origen hebreo.
Esta ascendencia nos demuestra que la mayoría de las monarquías
europeas a partir de su vínculo capeto-carolingio son de sangre judía. Si a
esto le sumamos la Judeomasonería a la
cual pertenecen muchos de estas figuras (como el Príncipe Carlos de Inglaterra
y el Rey Juan Carlos de España) es notable entonces que gran parte de la
monarquía europea responde, consciente o inconscientemente, a los comandos del
Sanedrín Invisible, el Gobierno Mundial Sionista y que, además, los judíos
fueron capaces de ingeniárselas para colocarse a sí mismos en los más altos
lugares de la nobleza europea.
Joaquín Javaloys, Historia
16, marzo de 1999, año XXIII, número 275, páginas 8 y sucesivas. Quien a su vez
cita como fuentes, entre otros, a Arthur J. Zuckerman, A Jews Princedom in
Feudal France, 768-900. Columbia University Press, 1972. Y a Peter Berling, Le
sang des rois. Éd. J. C. Lattès, 1997.
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